LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA EN COLOMBIA

Desde hace varias décadas Colombia se ha visto colmada de innumerables manifestaciones de Dios a través de su Santísima Madre, acrecentando la fe de un pueblo que ha sufrido, no solo la pobreza, sino el flagelo de la guerra.
Estos hechos sobrenaturales se han presentado alrededor de todo el país. Algunos de ellos son: la manifestación de la Virgen de Torcoroma en Ocaña (Santander) en 1711; el milagro de la renovación del cuadro de la Virgen en Chiquinquirá en 1586; la manifestación de la Virgen de las Lajas en Nariño; el milagro de la Virgen del Topo en Tunja (Boyacá); las apariciones en Dos quebradas (Pereira) en 1990; y en Bogotá, las manifestaciones de la Virgen María a tres Jóvenes desde 1988.
En estas últimas manifestaciones anteriormente enunciadas, la Santísima Virgen María invita reiteradamente, no solo a sus hijos de Colombia sino de todo el mundo, a la oración, el amor y el perdón entre todos sus hijos; así como al sacrificio, y a llevar una vida según los mandamientos de Dios como camino para llegar a la paz, la alegría y la salvación de nuestras almas.

De esta manera, las enseñanzas de Nuestra Señora, a través de los jóvenes Felipe Gómez (mi Sol), Carolina Name (mi Lucero) y Carolina Jiménez (mi Paloma) han empezado a trascender en muchos corazones. A cada uno, la Reina del Cielo les ha encomendado una serie de misiones que a través de los años han venido desarrollando, y que en la actualidad traspasan fronteras.

ORIGEN DE LA MISIÓN

DE CAROLINA NAME

Carolina Name nació en Bogotá el 9 de octubre de 1974, al interior de una familia católica poco practicante, con excepción de Clarita su madre, una encantadora mujer de fe que permanentemente ora por los suyos y el mundo entero. Héctor, su padre, era hasta ese entonces un católico por tradición, al igual que sus otros cuatro hermanos.
Estudió en el colegio Alvernia de Bogotá (Colombia), dirigido por las hermanas Franciscanas de Maria Inmaculada. Vivió la infancia y parte de su adolescencia entre los suyos, con una vida común y corriente. No tenía a Dios como el centro de su vida, no negaba su existencia, pero llevaba una vida ajena a Él.
Hacia la mitad de la década de los setenta, su familia fue testigo de un acontecimiento extraordinario. Clara, una de sus hermanas, desarrolló una enfermedad degenerativa e incurable, llamada Esclerodermia. Su padre gastaba grandes cantidades de dinero en tratamientos mientras su madre oraba incansablemente por su curación. Sin embargo, todo ello parecía no dar resultado. Luego de 6 años de padecimiento, en el año 1981, Clara resultó curada de manera inexplicable para la ciencia. No obstante, el hecho prodigioso no trascendió en la vida espiritual de la familia y todo siguió como antes.
Aunque su fe era fría, o más bien dormida, Carolina confiesa hoy que el 9 de junio de 1983, día de su primera comunión, experimentó por primera vez una paz interior y el poder de una fuerza que la trascendía. Sin embargo, luego de ello, su vida espiritual volvería a su anterior indiferencia. Cinco años más tarde, en su cumpleaños -el 9 de octubre de 1988-, llegó a su casa una imagen peregrina de la Virgen, bajo la advocación de la Rosa Mística. Por su limitado cultivo espiritual, esta visita no constituyó un hecho relevante para ella; pero nunca imaginó que dos meses después, teniendo todavía esta imagen en su casa, recibiría el llamado que cambiaría su vida.

REVELACIÓN

DE LA MISIÓN

Corría la noche del 12 de diciembre de 1988 y la pequeña Carolina no podía conciliar el sueño. Al amanecer del día 13 se sintió sobresaltada y atemorizada ante la presencia de algo extraño en su habitación. Oró de corazón por primera vez y le pidió a Dios que, si en verdad existía, le ayudara en ese momento de angustia.

Sintió entonces la presencia de alguien junto a su cama que fue transformando la ansiedad y temor del momento, en una gran paz difícil de expresar con palabras. Un hormigueo comenzó a recorrer todo su cuerpo y aún con sus ojos cerrados vislumbró un gran resplandor que se hacía cada vez más grande. Algo la tranquilizaba y le aseguraba que lo que estaba viviendo venía directamente del Cielo.
Al abrir sus ojos, tuvo una gran visión: junto a su cama flotaba a unos diez centímetros del piso, y rodeada por un espléndido destello, una hermosísima mujer sonriente, muy joven, de tez blanca, cabellos negros, manos muy finas y unos penetrantes ojos de los que emanaba una preciosa luminosidad de color azul intenso, como cristalino y reconfortante. Llevaba un vestido rosa, muy pálido, con un cordón azul claro amarrado a la cintura, unas estolas también azules, que caían unos veinte centímetros desde sus antebrazos, y un mantón blanco que cubría hasta los codos. Las manos se abrían como invitándola a un abrazo y, sobre cada uno de sus pies, reposaba una bellísima rosa. Entonces, un agradable olor a rosas frescas invadió todo el ambiente.
En una actitud de respeto y devoción, Carolina se arrodilló sobre su cama, y escuchó las palabras de aquella mujer, quien con voz suave y amorosa le dijo:
“Hijita mía, he venido a deciros que os amo”.
Para Carolina este fue un “te amo” muy especial, diferente a cualquier otro. Produjo en ella una sensación de verdadero amor, incomparable con un sentimiento terrenal. Solo bastaron aquellas palabras para ella comprender que no estaba sola en este mundo y que había alguien que la entendía y la quería como era. La bella mujer continuó diciendo:
“Mi pequeñita, os voy a pedir le digáis al mundo que Dios existe; Jesús es la plenitud de la vida y vosotros debéis seguirlo… Yo soy la Madre de la Divina Gracia, la Madre del Amor Hermoso”.
Cada una de estas palabras quedó grabada en el corazón de Carolina, y las repite hoy una y otra vez, como si las acabara de escuchar:
“Miles de peregrinos llegarán a este lugar… Muchos sanarán, muchos no sanarán… Todo será de acuerdo a vuestra fe y a vuestra esperanza en la Voluntad de Dios…”

“Empezad por vuestro hogar… Uníos todos en el Santo Rosario… Confesaos, acercaos a la Iglesia… El mundo sufrirá mucho, sino se cumple lo que yo vengo a pedir a la humanidad…”

Nuestra Madre del Cielo le entregó a Colombia, a través de esta joven, una misión de amor para luchar mediante el rezo del Santo Rosario por la paz de Colombia y el mundo entero, la unión de las familias, la terminación del aborto, y para enseñar a otros a amar y respetar al Papa como cabeza de la Iglesia y a sus sacerdotes. Ella le dijo a Carolina:
“Mi Pequeñita debéis decirle a todos: No juzguéis a mis Sacerdotes, mis hijos predilectos. Amadlos y entended su humanidad, buscadlos pues la gracia está en ellos, la gracia de Dios… Reconciliaos con Dios a través de ellos y no los juzguéis más”.
Le habló de la paz entre Dios y los hombres, de los hombres entre si, y de la paz interior de cada ser humano. Le explicó que una misión de la Santísima Virgen, como Madre de Dios y de los hombres, es ser mensajera de su Hijo para la salvación eterna de la humanidad y que una de las principales consecuencias del pecado, que rompe la unión pacífica con Dios, es la pérdida de la paz interior y exterior, que provoca la violencia y las guerras.

Le señaló que el único camino es la conversión y el regreso a la Fe, a la práctica constante de los sacramentos instituidos por su Hijo, y a la reanudación de las tradiciones católicas. Así mismo, le explicó que tal como ha dicho en otras apariciones en el mundo, su Corazón Inmaculado triunfará también en Colombia, a través de la Consagración de estas tierras a su Inmaculado Corazón.

Nuestra Señora le anunció que el camino sería difícil, que sufriría mucho por la incredulidad y la maldad de los hombres, pero que no habría de preocuparse por que su mano siempre estría sobre su hombro para sostenerla:

“Mi pequeñita: Mucho tendréis que sufrir por la incredulidad de mis pequeños, pero al final, mi Corazón Inmaculado Triunfará y miles de almas se convertirán… Recojo y recogeré cada una de vuestras lágrimas”
De repente la luz que envolvía el entorno se hizo tan intensa hasta deslumbrar a Carolina; a medida que la luz se desvanecía pudo recobrar la vista, pero la bella Señora ya no estaba sola; cargaba en sus brazos un bebé de unos siete meses con la misma mirada dulce y abrumadora de la mujer; el niño Jesús – como Ella lo llamó- estaba humildemente vestido. Luego agregó:
“Así debéis ser vosotros como los niños, como mi Amado Jesús, porque los niños son transparentes, puros y nunca mienten…”
Transcurrieron más de cinco horas, después de las cuales la Santísima Virgen concluyó diciéndole:
Mi pequeñita: No olvidéis lo que os he pedido… Pronto va a amanecer… Tenéis que descansar…”
Luego pasó su mano sobre el rostro de Carolina, dejándola en un plácido y profundo sueño.

LOS FRUTOS DE LA MISIÓN

Aquella noche el corazón y la vida de esta joven fueron transformados para siempre, dando inicio a una vida con Dios, como su único eje central.

Durante tres años más, Carolina continuó recibiendo mensajes privados de la Santísima Virgen María y de Nuestro Señor, los cuales fueron orientando su apostolado. De allí surgieron frutos de oración y miles de conversiones, que dan cumplimiento a las promesas hechas por Nuestra Señora desde 1988.

Ya, en una segunda etapa, entre los años 1992 y el 13 de junio de 2010, los mensajes comenzaron a ser públicos y a trascender grupos y fronteras. El grupo de oración de Carolina fue creciendo de la mano de la Santísima Virgen, quién desde ese entonces ha guiado cada paso de la misión llevándolo no solo por muchos hogares y lugares de oración en Bogotá y toda Colombia sino por el mundo entero.